Encuentros

Santiago Lorenzo: Porlando, que es gerundio

Santiago Lorenzo_por_Sergio Albert_1--644x362Las ganas

A Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) siempre le ha puesto el lado más castigado de la vida. En Los millones, un activista del GRAPO gana un pastizal jugando a la primitiva, pero no puede cobrarlo porque no tiene DNI; en Los huerfanitos, tres hermanos heredan los pecados y las deudas de su difunto padre y las pasan canutas en un entorno –el teatral- que detestan; y ahora, en su tercer trabajo literario, Las ganas (Blackie Books, 2015), Lorenzo glosa las desventuras de un tipo muy feo, Benito, que lleva tres largos años sin echar un polvo. Perdón, sin porlar. Pero no sólo de eso va la historia. Dotada de un léxico tan sorprendente y rico como (casi) anacrónico, disparatadas situaciones de un patetismo ejemplar e hiperbolizados personajes pertenecientes a una realidad cada día más caricaturesca, la novela ahonda en los miedos y frustraciones que definen al ser humano, en el estigma de creer en milagros que nos saquen las castañas del fuego y, fundamentalmente, en el amor (propio y ajeno) como única vía de escape del hoyo que nosotros mismos cavamos en nuestras horas más bajas. Uno de los títulos más esperados de la temporada, pergeñado con la habitual maestría por este fiduciario indirecto de los mejores guiones de Azcona y las más descacharrantes obras de Jardiel y Mihura.

 

Las ganas tiene varios puntos en común con tus anteriores novelas; en todas ellas, sus protagonistas son tipos con una autoestima por los suelos. Y aunque con las tres te ríes mucho, probablemente Las ganas no sea tan graciosa. Quizás, porque es una obra más profunda, más introspectiva y amarga.

Da más pena, eso sí. Yo lo que quería era escribir una novela de amor, o lo que es lo mismo, una novela de ‘no amor’. Porque lo otro es porno. Lo que hago es escribir género de guerra. Los millones y Los huerfanitos iban de gente que no tenía un duro. Las ganas, de uno que no tiene amor… el género de guerra siempre se basa en lo mismo: en esperar que acabe la guerra (Risas). Había muchas ideas previas para construir esta historia; frustraciones vividas, y también provocadas, en carnes propias.

¿Te costó mucho crear un personaje como Benito?

No recuerdo grandes sufrimientos construyéndole a él. Es que… toda esa gente que te cuenta lo mucho que ha sufrido para escribir algo, me da mucho asco, ¿sabes? (Risas) Quizás lo pasas un poco mal construyendo algunas tramas, algunas escenas, pero poco más. Yo es que he conocido a todo tipo de personas, gente de todo jaez. Escribir no es especialmente doloroso… ¡es peor estar en la obra! (Risas) Pero, paradójicamente, esta novela que ahora presento con tantas ganas, con tanta ilusión, pues estuvo durante muchos meses por no ser escrita; básicamente, porque la situación de partida es irresoluble. Ofrece una tesitura que sólo podía evolucionar en plan novela psiquiátrica, como las que hacía Vallejo-Nájera, o su hija. Yo estaba convencido de que a las cuarenta páginas se agotaba, no creía que fuera salir airoso del lance… aunque al final, todo fue bien. Porque es una historia que no tiene que ver con follar; el problema del protagonista no es fisiológico, así que puede tener continuidad no en el ensayo clínico, sino en una novela.

De hecho, el protagonista se niega constantemente lo bueno que pueda ocurrirle, e incluso pone barreras ante su alma gemela. Es un tipo muy cenizo.

Cualquier excusa es buena con tal de permanecer en su mal rollo, exactamente. Ahora que lo dices, Benito es la versión masculina de la Cenicienta (Risas).

El ser humano es así de contradictorio. Todos deseamos lo que no tenemos; lo que tenemos, se nos queda corto.

Eso es porque las personas no estamos preparadas para estar en completa tranquilidad, o para aceptar la completa felicidad. Somos así de complicados, o de gilipollas.

Es interesante cómo el mayor logro de Benito, el mocordo, sea un anticorrosivo ideado por una persona tan destructiva.

En realidad… yo no llego a tanta carpintería, ¿sabes? Me gusta cómo unís los puntos desde fuera, la verdad. Mira, quizás sea coincidencia, o quizás no, pero Los huerfanitos se ha llevado al teatro, y daban por sentado que la figura del profesor alemán que aparece en la obra, ya que la historia trata el tema de la crisis, representaba a la mismísima Angela Merkel. Cuando me lo dijeron, me quedé a cuadros: “¡es verdad, coño!” (Risas) Y lo mismo con Las ganas: antes me apuntaba un periodista que el hecho de que Benito sea químico venía a simbolizar la química que tiene con el personaje de María, cuando realmente cualquier oficio puede tener una implicación sexual. No sé… si trabajas en lo textil, puedes quitarte la ropa o quedarte en cueros (Risas). Lo del mocordo también va por ahí, de hecho él mismo lo dice: “tenía que haber hecho un anticorrosivo para mí, no para los muebles”. Metido en los malos rollos, todo tiene coherencia…

Otro concepto muy bien llevado en la historia es el de Bristol, y cómo Benito confía en que los británicos vengan a salvarle. Un poco como en Bienvenido, Mister Marshall

(Risas) En efecto, la salvación siempre nos viene de fuera… es más, golfo de Vizcaya mediante. Somos así de vagos, supongo.

¿Te inspiraste en alguien en particular para crear estos personajes?

Mmmm… ¿Sabes una cosa? Lo chungo es que me he acordado de muchas mujeres escribiendo este libro. Escribir sobre Yureni, la panadera, por ejemplo, fue una auténtica gozada. Queda como feo que los tíos hablemos mal de las tías, todo ese subgénero de maridos tratando mal a sus mujeres, etcétera… Yo he conocido a muchos imbéciles en mi vida, hombres y mujeres, y este personaje en particular es una pobre idiota de baba. Pero que nadie piense que hago burla del género femenino; realmente, yo estoy incapacitado para entender la diferencia entre hombres y mujeres. Totalmente. Pero fue una gozada escribir tan mal de un ser humano que da la casualidad que es una mujer. Personajes así están inspirados en cientos de personas que, gracias a Dios, no conozco… porque si vas con esa gentuza, es que vas mal por la vida (Risas).

A pesar de que se le puede coger algo de cariño, Benito es un tipo realmente deleznable.

No quiero hacer spoilers, pero así es. Benito es un tío al que le parte la cara su cónyuge, porque se lo merece. Literalmente, además.

Tras leer tus tres novelas, da la impresión de que todas tus criaturas, sin ser coetáneas del todo, como mínimo comparten el mismo escenario. Me consta que no hay cameos ni nada pero, ¿cuánto de ello podría ser cierto?

¡Es verdad! No había pensado en ello, pero es interesante esa visión. En la época que transcurre la historia de Los huerfanitos y Las ganas, el del GRAPO (Los millones) ya ha salido de la cárcel. Quizás todos ellos se hayan podido cruzar por la calle en alguna ocasión, quién sabe… aunque creo que no hay una localización repetida. Es que, joder, si te pones a planear y les haces coincidir… entonces igual parecerías Galdós (Risas). No vale la pena forzar las cosas.

En lo que realmente coinciden es en ser personajes bastante patéticos, con muy poco amor propio. Menos mal que les tratan con mimo y creas historias así de cálidas. Son perdedores, pero son tus perdedores.

Gracias (Risas). Pues mira, te adelanto que la siguiente novela que voy a hacer irá de un tío al que todo le va bien, y a mitad de la novela le va todo mejor todavía. Eso sí, como autor, si no hay chocho, si no abofeteas a tus personajes… la cosa te sabe rara. Y también lo que tengo pendiente es escribir una novela de cine, de unos abobaos que quieren hacer una película, pero no sé muy bien cómo enfocarlo.

Ahora que citas el séptimo arte, ¿volverías a hacer cine?

Que va. No creo. Es que, ¿sabes lo que pasa?, que te pones a pensar en lo que sería una película y luego piensas: “mejor lo escribo”, porque de ese modo no viene nadie a tocarte las meninges. Aunque hay cosas que se te ocurren y que sólo podrían contarse en una película, realmente. Molaría volver a hacer cine, pero luego pienso en que tengo que levantarme a las ocho para tratar con los típicos indeseables del mundillo y me echo para atrás.

Está claro. Escribir te da una libertad que algo como el cine jamás contempla.

Hitchcock decía aquello de… son dos cabras comiéndose una lata de película, y una le dice a la otra: “estaba mejor la novela” (Risas). Pues eso.

 

Texto: ALBERTO DIAZ

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