Pese a que el capo de la banda, Gregg Allman, ha declarado recientemente que podría ser que la hermandad sureña volviera en un futuro a girar o bien a dar conciertos puntuales nosotros nos quedamos con ese Final Run que ofrecieron en uno de sus locales favoritos, el Beacon Teather de Nueva York, a finales de octubre del 2014. Punto y final para una banda absolutamente seminal e influyente y cuya importancia dentro de la historia del rock es capital.
Su trayectoria está plagada de hitos convertidos en leyenda, los decesos de Duane y Berry Oakey, las cuentas pendientes entre ellos, el chivatazo de Gregg, la historia detrás de la portada del At Fillmore East o las trifulcas con Dickey Betts (tan buen guitarrista como complicado personaje) que finalizaron con su expulsión. El complicado paso por finales de los setenta y los ochenta y la resurrección artística con Derek Trucks, Warren Haynes y el fallecido Allen Woody culminada con un disco absolutamente magistral, el fantástico Hittin’ the Note, publicado a principios del nuevo siglo.
Desde la redacción rutera hemos decidido dedicarles este pequeño homenaje en su despedida. Un puñado de textos escritos por algunos de nuestros colaboradores más afines a la causa. En esta segunda entrega es Xavi Llop, buen conocedor del entramado Allman, quien nos explica su experiencia.
Qué emoción, ver a la Allman Brothers Band en directo por primera vez. Mito inasequible en nuestro país, me tocó esperar lo que entonces parecía una eternidad, hasta 1999, para consumar ese estreno. Atrás quedaban repetidas y apasionadas escuchas de su doble LP en vivo en el Fillmore, un disco que transpiraba leyenda por los cuatro costados. También de sus obras en estudio, por supuesto, pero era el Live At Fillmore East el que retumbaba en mi mente de camino al recinto californiano escogido, apenas unas horas después de mi aterrizaje en San Francisco.
Un simple vistazo a las inmediaciones -invadidas por supervivientes hippies con camisetas psicodélicas, largas cabelleras canosas y, cómo no, algún estupefaciente corriendo por sus venas como Pedro por su casa- me impedía seguir soñando despierto y me recordaba que los Allman ya no eran esos jóvenes con aspecto de forajidos del 69. Aunque, pensándolo bien, mejor así. ¿Quién quiere ver a unos ídolos embalsamados pudiendo disfrutar de una banda en buen estado de salud y capaz de trascender a su tiempo?
Disfruté del concierto a fondo, saboreando un repertorio algo previsible pero sin duda imbatible. La banda acababa de incorporar a un guitarrista de diecinueve años, Derek Trucks, sobrino del batería Butch Trucks. Entonces tímido y con aspecto asustado, Derek mantuvo cierta discreción, dejando que los cuatro miembros originales de la formación manejaran con destreza el timón. Viéndoles en escena, nada dejaba entrever que poco después despedirían al gran Dickey Betts, causando el enésimo cisma en la tortuosa historia del grupo.
Por fin desvirgado en la experiencia Allman, a lo largo de los años siguientes reincidí en vivo tan sólo por la vía de proyectos paralelos de sus miembros. En primera instancia, nada menos que asistiendo a la última aparición de Gov’t Mule con el ex Allman Brother Allen Woody al bajo, justo antes de su súbito deceso. Otro momento remarcable fue una cálida entrevista que tuve el honor de hacerle a Warren Haynes, minutos antes de su espectacular primer concierto con la Mula en Vitoria. Algo después recibíamos al defenestrado Dickey Betts, gozándolo en recintos de dimensiones insospechadamente reducidas. También quedaron grabadas en nuestra memoria las actuaciones de Derek Trucks Band y Gregg Allman Band, quienes trajeron todo su talento y carisma en sendas visitas a nuestra geografía. Entre tanto, y contra pronóstico, la banda madre se sobrepuso al despido de Betts formidablemente. Así lo confirmaban tanto las imágenes y el sonido que nos llegaban de sus directos, como el que sería su último trabajo en estudio, el vibrante Hittin’ the Note. Eso sí, de venir a Europa, ni hablar.
Visto en perspectiva, mi bagaje de inmersión en el universo Allman era infinitamente mayor de lo que hubiera podido imaginar el día en que un estudiante estadounidense me los descubrió. Traía consigo un disco recopilatorio y me lo regaló afirmando convencido: «esto te gustará». Cuánta razón tenía. «Whippin’ Post» me dejaba hipnotizado. «Ramblin’ Man» me transmitía entusiasmo y buen rollo a raudales. «Midnight Rider» me inquietaba y me empujaba a saber más sobre la banda.
Con todo, cientos de horas de escucha de ABB después, aún me faltaba algo. Las referencias anuales sobre sus épicos conciertos en el neoyorquino teatro Beacon me corroían por dentro. Tenía que vivirlo al menos una vez, me decía a mí mismo. Y es que a pesar de ser una banda nacida en los sesenta, los Allman del nuevo siglo vivían intensamente el presente, ensamblando a la perfección extraordinarios músicos de tres generaciones distintas, sin duda capaces de defender un cancionero y unas jams tan atemporales como moldeables en cada nueva interpretación. New York parecía lejana, sin embargo, y el equivalente actual del Fillmore para los Allman, todavía más.
Pero la suerte cambió y, quizá gracias a alguna conjunción planetaria que se me escapa, las distintas variables necesarias para hacer realidad el sueño se alinearon una tras otra en un solo día. Así pues, al poco me veía en la gran manzana, vibrando con dos conciertos fenomenales que formaban parte de la que ya se había anunciado como la última serie en el Beacon antes de la disolución de la banda. Los reseñé en la versión papel de ésta su revista (en Ruta 316), junto a lo que para un servidor fue la guinda del pastel: una entrevista con Derek Trucks. Encantador en todo momento, en lugar de ese guitarrista casi acomplejado de la primera vez que le vi, Trucks había evolucionado hasta convertirse en una pieza clave de la banda y en la mejor reencarnación posible del añorado Duane Allman. Y ahí estaba este cronista, frente a él, casi sin poder creerlo, recordando el día de ese sabio pronóstico: «esto te gustará».
Xavier Llop
Foto: Gregg & Duane