Rutas Inéditas

Polaris, el disco de la discordia de North Mississippi Allstars

ATCD15

El disco de la polémica. Tras dar un empujón al blues en sus dos primeros trabajos, Shake Hands With Shorty (2000) y 51 Phantom (2001), que llenaron de gozo a los aficionados ante la perspectiva de una banda joven y llena de energía que atacaba los cuatro compases con aires renovadores y respeto por la tradición la aparición de Polaris supuso un punto de rompe y rasga que no se aceptó demasiado bien entre los talibanes. Fue objeto de encendido debate y también obtuvo disparidad de criterios entre la prensa especializada. A mucha gente le costó aceptar aquel nuevo traje con el que se habían vestido los hermanos Dickinson.

Duwayne Burnside se unió a ellos aportando guitarras y voces para un disco en que se sacudían de encima la capa de embarrado blues pantanoso poniéndola a secar a la dorada luz solar de California. Dándole una capa de melodía pop y adentrándose de lleno en el terreno de las jam bands. Un disco luminoso, que abrazaba influencias dispares, funk, hip hop, soul, sin abandonar, por supuesto, el rock ni el blues. Un álbum lleno de ideas, alejado de rigideces estilísticas, donde la música se torna verdadera protagonista sin nada que la encarcele entre estúpidos barrotes de género.

«Eyes» ejerce de brillante apertura con ese inicio southern, los brillantes coros soul y una guitarra solista que parece tañida por el mismísimo Derek Trucks, le sigue el trote bluesy del «Meet Me In The City» de Junior Himbourgh que enlaza con la riqueza melódica de «Conan» donde, deformación de un servidor, vuelvo a encontrar puntos en común con la hermandad Allman (sobre todo en la parte instrumental del medio), «All Along» se desliza suave sobre las guitaras acústicas y la slide de Luther hasta llegar a «Otay». Uno de los momentos más pop, con las estrofas a varias voces dominando el cotarro, del compacto junto con la posterior «Kids These Daze». «One To Grow On» es una balada sinuosa y grandilocuente de aires Beatles, a mí me suena a Harrison por entero, que crece y crece hasta estallar.

El blues vuelve para protagonizar «Never In All My Days» a golpe de percusión jump y guitarras solistas en espiral, «Bad Bad Pain» tiene pulso de funk urbano y el tema título se despereza entre algodones psicodélicos para dar paso a las dos últimas composiciones. «Time For The Sun Go Rise» de Earl King, lo más experimental del disco, con inicio ayudado por la electrónica que queda sepultado por el sabor playero del tema y que ejerce de prólogo para «Be So Glad». Temazo de perfecta fusión entre blues rock y hip hop que sigue siendo punto fuerte de sus directos donde el gran, en todos los sentidos, Chris Chew toma las riendas con la rotundidez de sus cuatro cuerdas mientras Cody Burnside rapea y Luther no para de dibujar líneas de guitarra hasta ese final donde, otra vez, planea la alargada sombra de los Allman.

No es su mejor trabajo, claramente evidente ante obras como Hill Country Revue, Electric Blue Watermelon, Hernando o Keys To The Kingdom, pero, en mi modesta opinión no es el desastre que muchos se empeñaron en sostener. Y evidenciaba a una banda versátil, solvente instrumental y estilísticamente como muy pocas de su generación, y sin miedo alguno para acometer cualquier tipo de aventura musical. Algo que han seguido demostrando  a lo largo de su carrera.

Manel Celeiro

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