Reconozcámoslo, Ray nunca ha estado muy de moda. Y, por supuesto, The Kinks tampoco. Siempre cómodo en su papel de underdog y simpático segundón, lo realmente cierto es que el mayor de los Davies es autor de uno de los cancioneros más importantes de la historia de la música popular. Probablemente, el eterno olvidado o the invisible man con más hits a sus espaldas. Responsable, desde 1964, de pequeñas obras maestras sobre lo diario y lo cotidiano, con el toque justo de ironía y mala leche, aderezadas con unos pegajosos riffs que las han hecho inmortales. Justo como el que abre “You really got me”, que la banda (estupenda, por cierto) que lo acompañaba utilizó para presentar al maestro de las paletas separadas, aunque fuera “I need you” la canción que verdaderamente abrió el set del pasado domingo 20 de julio en el Auditorio Parque Torres de Cartagena, que no llegó al sold out.
A Raymond Douglas Davies se le vio encantador y afable desde el principio. Manejando al público a su antojo (con su inseparable acento cockney) desde “Where have all the good times gone”, el primer momento de comunión con la grada, al que segurían “She’s a dedicated follower of fashion” (no “medicated”, como él mismo apuntaba), “Come Dancing”, “Lola” y, especialmente, “Waterloo Sunset”, su canción de amor definitiva.
Por el camino caerían otras muchas joyas, como “I’m not like everybody else”, “Sunny afternoon”, “Dead End Street”, “Victoria”, “20th Century man” (dedicada a todos los hombres del siglo XX que se meten en el XXI), “Tired of waiting for you”, “Till the end of the day” o “All day and all of the night”. Aún así, con tal bombardeo, estaría especialmente acertado en la última parte del show, con las hermosas “See my friends”, “Days” y “Celluloid heroes”. Poniendo, además, el broche final al concierto con la canalla “Low budget”.
Es cierto que la voz de Mr. Davies no estuvo muy fina a lo largo de toda la noche y que físicamente anda bastante justo (sobre todo desde el tiro que recibió en New Orleans hace una década, tras perseguir a un ladrón) pero todo aquel que fue sabiendo, más o menos, lo que se iba a encontrar, salió del recinto satisfecho. La culpa: un repertorio absolutamente ganador, un éxito detrás de otro. Y engrandecidos por la nostalgia Kinks, sin duda. Ni rastro de sus discos en solitario ni de las composiciones de su hermano Dave (como era de esperar). Pero, ¿acaso no se ha ganado a estas alturas, y con creces, el derecho a hacer lo que le venga en gana?
Texto y Foto: Víctor Martínez