Otra noche redonda en la segunda de las seis citas consecutivas de los Mambo en la sala Jamboree. Atraviesan un estado de forma pletórico, se lo pasan fenomenal y transmiten energía y buen rollo a un público que se engancha a ellos desde la primera hasta la última nota. Partiendo de un pasado netamente rocker han conseguido un sonido, ¡jambofónico!, apto para cualquiera mínimamente interesado en la música más allá de géneros y estilos.
Su autoridad sobre las tablas es incontestable, alternando sabiamente los minutos de lucimiento individual con los momentos en que la banda en conjunto es la verdadera protagonista, su carisma en escena es desbordante y su ejecución milimétrica. Dudo mucho que exista a día de hoy, sin entrar en nacionalidades, un grupo que mejore sus prestaciones en directo. Y es que es sobre las tablas donde el explosivo combinado de rock & roll, ritmo y blues y géneros limítrofes que conciben no deja títere con cabeza, fluyendo con una facilidad insultante de sus instrumentos. Música natural, desbordante, vital, no se me ocurre nada mejor para arreglar un día de perros que ir a ver a Dani, Mario, Ivan y Anton poniendo en solfa toda la experiencia acumulada durante años de patearse escenarios en un proyecto en el que creen, en el que se sienten cómodos, un proyecto que deberían rifarse todos los programadores de los tan en boga festivales veraniegos.
Y es que valen, en el mejor sentido posible, igual para un roto que para un descosido. Si los pones delante de la curtida audiencia del Azkena no me cabe ninguna duda de que salen a hombros de la misma manera que lo harían en el Primavera, el FIB, el BBK Live o en cualquiera de los numerosos eventos de blues que se reparten por la geografía nacional. Son una baza ganadora de primera división. Reparten felicidad en forma de canciones. Y eso, en los tiempos que corren, es mucho más importante de lo que parece. Créanme.
Manel Celeiro
Foto: Xavi Mercadé