Discomático

Bill Callahan – Dream River

untitledComo sucede con Hong Sang-soo (cineasta cuyo desprendimiento creativo parece ir siempre por delante de sus espectadores), la obra de Bill Callahan se asemeja a un camino interminable en línea recta en el que cada paso es significativo y complementario. Sucedía con Sometimes I Wish We Were An Eagle (de apariencia más voluptuosa) o con Apocalypse (arisco, despojado) y vuelve a pasar con Dream River, obra maestra comparable a A River Ain´t Too Much, punto final de Smog y el disco que marcó un antes y un después, artístico y geográfico, en su carrera. Por la precisión y elegancia de los detalles, por la manera como se armonizan para que, en exquisita combinatoria, ecos de un tema resuenen en otros: un juego de rimas y relaciones internas (clave última de todo arte) a las que su autor parece haber llegado efectuando un proceso de depuración que origina una música misteriosa pero jamás opaca. Un trenzado lírico, pues en la pulcra escritura de  Callahan cada palabra cae con significativo peso, pero también musical, y ahí no puede obviarse la incondicional labor de Matt Kinsey o Thor (Swans) Harris. Con su estructura exacta (terrenales arreglos de violín para abrir y cerrar, flautas tenues entremedias), su autor parece querer ir de la lógica a la emoción, del mundano recuerdo a Marvin Gaye en la barra de un bar a la aparición casi epifánica de Donald Sutherland en la increíble “Winter Road”, la última de un puñado de canciones que, pese a su ocasional abstracción, no sacrifican un ideal de belleza natural y absolutamente propio.

JOSÉ LUIS TORRELAVEGA

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