No es el californiano un hombre que olvide sus orígenes. Ni el estrellato ni su desahogado status comercial han cegado sus ojos. Nunca ha dudado ni un segundo en poner su nombre a disposición de la historia de la música afroamericana. Recordemos, sin ir más lejos, su disco y gira junto a los Blind Boys of Alabama o la decisiva participación en el documental Standing in the Shadows of Motown. Ben y el legendario soplador de Mississippi se conocieron en unas sesiones junto a otro mito, el desparecido John Lee Hooker, y desde entonces han mantenido una buena amistad. Amistad materializada discográficamente muchos años más tarde de aquel encuentro. No es un disco de blues al uso. Es un disco de blues tal y como lo entiende Harper. Un Harper al que le vuelve a hervir la sangre desde su unión con el trío tejano compuesto por Jason Mozersky, Jesse Ingalls y Jordan Richardson para White Lies For Dark Times en el 2009. Charlie se cuela en esa alianza poniendo su armónica al servicio de los temas, huyendo de cualquier protagonismo, dibujando líneas con su consabida maestría mientras adorna zarpazos de blues rock guitarrero, «I Don’t Believe A Word You Say», «Blood Side Out», o acentúa la tensa calma de «I Ride At Dawn». Pero son los minutos en que se detienen en el cruce de caminos, el country soul de «We Can’t End This Way» o la sencillez hermanada de voz, guitarra y harpa buceando en aguas fangosas («All That Matters Now», «Don’t Look Twice») cuando la cosa se pone seria de verdad. Varias generaciones los separan y la música los une. Un lazo tan intangible como duradero.
Manel Celeiro
