Encuentros

Greil Marcus. La importancia del contexto

Si existe un autor capaz de salirse de los estrechos márgenes de análisis en los que habitualmente se mueve la crítica rock ese es Greil Marcus. La publicación en castellano de uno de sus últimos libros le trae de nuevo a estas páginas, su casa. Gracias a la editorial Contra está disponible en las librerías la traducción de The Doors: A Lifetime of Listening to Five Mean Years (2011), su último texto publicado. Interesante como cualquier cosa que sale de su pluma, el libro ofrece un análisis tan depurado como amplio de todo lo que la música de los Doors hace bullir en la cabeza del autor, quien por lo visto llevaba tiempo escuchándoles gracias a las reediciones que Rhino fue haciendo tanto de su material clásico como de directos de archivo.

 

 

Alejado de lo biográfico y centrado en lo estrictamente musical, Marcus muestra una vez más que, si queremos que el rock sea algo realmente importante, no hay peor enemigo que constreñirlo a cosa banal y superficial. Perder la oportunidad de, siquiera, cruzar unas pocas palabras con él era algo a lo que no estábamos dispuestos.

En Escuchando a The Doors usted explica en detalle qué puede escuchar en su música. Cosas y referencias que van desde el novelista Tomas Pynchon hasta la película que les dedicó Oliver Stone, incluso deteniéndose en el controvertido papel que protagonizó Val Kilmer. ¿Por qué eligió a The Doors? No se trata de una elección obvia y que pueda esperarse de alguien que vivió aquella época.

Efectivamente, viví todo aquello, un periodo que de alguna manera sigue siendo considerado como una piedra de toque, un referente, probablemente más por lo que no ocurrió que por lo que efectivamente sí tuvo lugar. Pero yo no elegí a The Doors como tema de un libro, de la manera en que creo que estás sugiriendo. Estaba escuchando su música todo el tiempo, sonaba muy bien, y la verdad es que sentí que sería divertido escribir sobre ello.

Después de un montón de complejos ensayos, ambiciosos en el mejor sentido de la palabra, textos que alcanzaron un estatus de culto y han devenido influyentes para un par de generaciones de escritores de rock, parece que recientemente ha centrado su atención en temas más específicos. Una canción de Dylan, Van Morrison o The Doors protagonizan algunos de sus últimos trabajos. ¿Es anecdótico o implica algún propósito?

Tratar de centrar el objetivo, escribir de asuntos más concretos,  ha sido a la vez un placer y un reto. Me ha interesado cada vez más tratar de escribir sobre la música como tal, cómo funciona, cómo se comunica, cómo la gente responde a ella.

A diferencia de la mayoría de los libros sobre músicos o bandas, lo cierto es que éste no se centra particularmente en la perspectiva biográfica. ¿Era esa su intención? Por otro lado, parece evidente que de alguna manera está interesado en los hechos, al menos de la misma forma en que lo está en los mitos o leyendas musicales.

La verdad es que como crítico no estoy muy interesado en los hechos de la vida de nadie. No me dicen nada, o al menos nada de lo que quiero saber, sobre la obra en cuestión. Y esto es lo que me interesa realmente, la música de una banda que aún toca la fibra sensible, que remite a posibilidades, a promesas. Que es tan válida hoy como lo fue en el momento álgido de la vida del grupo. Diría que muchas de sus canciones incluso suenan mejor ahora que cuando se editaron por primera vez.

Tengo entendido que apenas le costó un mes escribir este libro.

Efectivamente, así fue. Hombre, rondó mi cabeza durante más tiempo, los preparativos mentales y las reflexiones sobre lo que quería contar supusieron más tiempo, pero lo cierto es que una vez metido en ello eso es más o menos lo que me costó escribirlo.

Hablando de temas no estrictamente relacionados con este trabajo, ¿siempre ha residido en el área de San Francisco?

Nací en San Francisco, me crié allí y en Palo Alto y Menlo Park, en la península de San Francisco. Estuve en la Universidad de Berkeley y me quedé residiendo allí hasta el año pasado, en que me mudé a una zona más cercana a Oakland, que como sabrás está prácticamente pegado a Berkeley. Desde el año 2006 mi esposa y yo hemos pasado cada otoño, con excepción de 2008, en Nueva York, donde he estado enseñando en Princeton y en la New School. Pero mi único hogar permanente y real siempre ha sido el área de la Bahía de San Francisco.

¿Recuerda sus primeros pasos como escritor? ¿Era escribir lo que quiso hacer siempre o bien tuvo otro tipo de ambiciones?

No estoy seguro de ello, si soy sincero. Escribí historias de tipo fantástico cuando tenía diez o doce años. Recuerdo que siempre disfruté mucho con los ejercicios escolares que tenían que ver con escribir, tanto en la escuela primaria, en secundaria o en la Universidad. Aquello parecía tener vida propia, cuando la escritura era la única meta, y a la vez ella misma suponía la recompensa. Pero yo no pensaba en ello. Cuando empecé a escribir con intención de que fuera publicado, y en concreto para la revista Rolling Stone en 1968, principalmente críticas de discos pero también piezas más ambiciosas sobre música o sobre política, era más que nada porque me aburría en la escuela de postgrado y también porque sentía que yo -o prácticamente cualquiera- podía escribir mejor, y ciertamente tenía mucho más que decir, que la gente a la que estaba leyendo en todas aquellas revistas. A medida que pasaba el tiempo otro de los objetivos que tenía, convertirme en profesor, se volvió imposible. Lo supe en Berkeley, donde a la vez que enseñaba descubrí que no tenía la paciencia necesaria para ser un profesor. Entonces me di cuenta de que sólo había una cosa que era capaz de hacer.

Tal vez me equivoque, pero de la lectura de sus libros y artículos creo extraer la idea de que para Ud. los sesenta marcan el momento más importante en la historia del rock and roll. Pero también recuerdo muy bien las páginas que escribió sobre Sex Pistols y su concierto en el Winterland, y que aparecían en Rastros de Carmín. Parecía que estaba muy impactado con la renovación que suponían, con esa revolución.

Claro, yo estaba en estado de shock. Llegué a pensar que la música y la cultura de la que formaba parte, y viceversa, habían desaparecido totalmente, se habían evaporado en el éter. Lo que ocurrió con los Sex Pistols y otras muchas cosas coetáneas o que les siguieron inmediatamente es que me parecieron absolutamente nuevas: los viejos marcos de referencia no habían previsto nada al respecto. Súbitamente parecía que no servían para nada.

Lo acaecido, en lo musical, a principios y mediados de los cincuenta, de mediados a finales de los sesenta, y durante el paso de finales de los setenta a principios de los 80 ha sido, en mi opinión, lo más interesante. Los momentos más creativos, definitivos, en la historia de la música. Pero no compararía unos con otros, ni los ordenaría por preferencias. Tampoco intercambiaría uno por los otros.

Usted cubrió el punk, el post-punk y la New Wave en su época dorada. ¿Qué bandas le resultaban más interesantes entonces? ¿Y ahora?

La mayor parte de lo que escribí entre 1977 y 1991 -«esos días»- lo recopilé en un libro titulado In the Fascist Bathroom (en el Reino Unido y Europa) y Ranters and Crowd Pleasers (en Estados Unidos). Entonces era cuando yo estaba escribiendo con más entusiasmo acerca de The Clash, Gang of Four, los Mekons, y a mediados de los 80 especialmente de las bandas de Rough Trade: las Raincoats, Lora Logic, Delta 5, Kleenex y Liliput. Eran fantásticos entonces y lo son ahora, incluso si se trata de escuchar lo que están haciendo ahora mismo, o bien de verles en directo. En el último par de años he visto a Gang of Four, en Minneapolis, en el First Avenue y a The Raincoats en la Knitting Factory en Brooklyn. Ambos espectáculos fueron radicalmente diferentes de lo que los grupos estaban haciendo en 1979 ó 1980, cuando los vi por primera vez, y sin embargo, el espíritu y el compromiso eran los mismos, se mantenían completamente intactos. Podrían, quizás, tocar un poco mejor. Pero, sinceramente, tampoco creo que sea lo que les hace falta.

Nosotros, aquí en España, incluso en Europa, por lo general tendemos a comparar las bandas de punk estadounidense desde una perspectiva basada en el lugar: Nueva York, California, Los Ángeles y San Francisco, incluso Cleveland… ¿Ocurre lo mismo allí?

Sí, pero sobre todo como una cuestión de prejuicios, del tipo a como yo soy de San Francisco, odio a Los Angeles. O viceversa. Nunca me pareció que las bandas del punk de Nueva York fueran convincentes. Me gustaban mucho Blondie y Mink DeVille, pero los Ramones, los Talking Heads del principio, Televisión y todos aquellos nombres me dejaron bastante frío. Lamentablemente no era consciente de lo que estaba pasando en Cleveland a mediados de los setenta, incluso no lo fui hasta mucho más tarde. Si realmente hubo una verdadera escena, en el sentido de que estaban pasando cosas realmente nuevas, era precisamente la que había allí.

¿Ha habido algún otro movimiento o artista que haya llamado su atención desde los ochenta?

Por encima del resto dos nombres, Heavens to Betsy y luego Sleater-Kinney.  Hace una semana pude ver a Corin Tucker con su banda en New York. Fue un concierto muy emocionante, pero lo cierto es que los suyos siempre lo son.

Finalmente ¿qué proyectos tiene en la cabeza para los próximos meses?

Estoy planeando escribir dos libros, pero todavía no estoy en condiciones de poder comentarlos en detalle. Y es probable que vuelva a mis clases, en la New School de New York en 2013 y en Berkeley en 2014. No quisiera despedirme sin agradecer la oportunidad de poder hablar de todo esto.

Eduardo Ranedo

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