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Desfibrilando al monstruo: Lou Reed en Bordeaux

Cuando se agotan los aplausos y volvemos a la zona de camerinos del recinto instalado en la regia Esplanade des Quinconces, en pleno centro de Bordeaux, Lou Reed está de pie junto a Rob Wasserman, Tony ‘’Thunder’’ Smith y Kevin Hearn, discutiendo la jugada. El tono es distendido, pero luego se sienta a una mesa con Hearn, director de la banda y responsable del repertorio, y la charla se extiende veinte minutos. Si le está leyendo la cartilla, será por minucias que este cronista no ha captado. La expedición From VU to Lulu, que durante junio recorrió Europa, supera ampliamente la por momentos decepcionante del año pasado. Cierto, en aquella descubrimos a esta numerosa formación, disfrutamos extensas, proteicas interpretaciones de piezas olvidadas como «All Thru the Night» o «The Bells», pero algunos clásicos sonaron desnutridos y, lo peor, pese a rendir vocalmente, el artista parecía en baja forma física. También anímica: acababa de fallecer su madre, de ahí la versión del «Mother» de John Lennon filtrada vía Otis Redding. Se ha recuperado en estos once meses, y de qué manera.

 

 

En esta nueva gira, la banda —un estratosférico octeto, más corista femenina ocasional, donde confluyen la vieja guardia, Wasserman al bajo y Smith a la batería, con la joven y virtuosa fiereza del guitarrista Aram Bajakian y el violinista Tony Diodore, más los acólitos del Metal Machine Trio: Sarth Calhoun procesando el sonido general desde sus laptops, el libérrimo Ulrich Krieger al saxofón— alcanza magníficos, electrocutados niveles de complejidad, excelencia y desbarre. Punto importante: es la primera gira desde 2003, año de publicación de The Raven, en que se interpreta material nuevo. No voy a rebatir aquí la fobia desatada por la alianza del neoyorquino con Metallica, baste con decir que Lulu me parece una de las obras más sorprendentes, intensas, dramáticas e infecciosas de la temporada. ¿Abrasiva, extenuante? Por supuesto. No debo ir tan errado: frente a la frontal negación generalizada de quienes no se han tomado la molestia de darle otra oportunidad que la del desdeñoso prejuicio, publicaciones como Village Voice o L.A. Weekly lo reconocieron mejor disco del 2011.

Cae la noche y, tras los teloneros Jonathan Wilson y Allison Weiss, suena la primera canción del álbum, ese «Brandenburg Gate» descendiente de «Romeo Had Juliette», arranque del recordado New York, y el órdago es de aúpa: tres guitarras en condensada trituración, teclados cimentando el muro sónico, saxo encabritado, ráfagas digitales de continuum. A medio recital sonarán, en tremebundo castañazo thrash metal, «The View» y una arrebatadora «Mistress Dread», aquí reconvertida en estruendoso caos precisamente regimentado, telón para la alocución de un texto que supura la confusión moral y asumido libertinaje de esa pelandusca llamada Lulu, cien años ya epatando a la burguesía occidental con sus correrías, sumisiones, gozos y trágico final. ¿Final? El concierto lo zanja mi canción del año, «Junior Dad», integrante ya del canon de su autor, espeluznante radiografía de la degradación física y psíquica de la decrepitud terminal, ese último tramo vital que ahoga toda esperanza y empaña lo vivido. Cuando vemos partir, lentamente, día a día, al padre amado o negado, se quiebra quizá para siempre la retenida ilusión de la infancia, de la vida misma. Y ahí está Lou Reed, como de costumbre, para ilustrarnos el mal trago. ‘’La más gran decepción, la edad le ha marchitado y transformado en un niño viejo’’, canta en devastadora interpretación gestualizada con musculación Tai Chi.

Esto es lo que Lulu aporta a un espectáculo que se ensanchará en los quince minutos de una cósmica, atenazante, explosiva «Heroin», canción que no aparecía habitualmente desde la gira de reunión de Velvet Underground en 1993. Es el segundo tema de la noche: sorprende ver a cinco mil franceses cantarla verso a verso, generaciones que vivieron de cerca esa lacra y otras nuevas que han hecho de ella inocuo placebo. Otros doce minutos se extiende una despampanante lectura, guiada por insistente piano y fiel a su métrica original, de «Waiting for the Man». La sigue «Senselessly Cruel», resucitando el fantasma del primer rock’n’roll, en una versión acelerada y tensa hasta el delirio. Tras el pavoroso intermedio ‘’metálico’’ ya comentado, dos rarezas de lento devenir y acústica concreción: «Cremation», de Magic and Loss, dibuja el mentalmente pospuesto tránsito hacia ese ‘’oscuro y frío mar’’ que a todos nos aguarda; «Think It Over», de Growing Up in Public, es lo más cerca que Reed estuvo de una balada standard desde «Perfect Day», en este caso sin posibles dobles lecturas. «Walk on the Wild Side» reanima el espectáculo, recuperada en todo su esplendor, sin el carácter condescendiente de los últimos años, siete minutos de vacilón. El saxo de Ulrich arranca el solo dibujando su origen discográfico, deconstruyéndolo luego hasta elevarlo a regocijantes alturas free que trascienden cualquier peaje nostálgico.

Entre tan torrencial y aguerrida musicalidad, «Sad Song» no logra hacernos olvidar la gira de revisitación de Berlin. Una floja «Beginning to See the Light» inicia el bis, que concluirá en fornida, jaleada «Sweet Jane». Dos horas de extraordinaria descarga nos llevan a ponderar si habrá otra orquesta girando estos días por Europa con esta pujanza, este aliento histórico y al tiempo contemporáneo, esta aleación de músicos veteranos y jóvenes experimentadores. Cuando a mitad de concierto se materializa la mejor «Street Hassle» que uno ha presenciado jamás, restaurada a sus tres actos incluyendo intervención vocal femenina, con el prota rescatando su faceta de cronista canallesco y metiendo morcilla final a mayor gloria de Shangri-Las y Ronettes, imaginamos que esta profusa formación podría incluso hacer sombra a la mejor banda pos Velvet que ha tenido nunca Reed, la de finales de los setenta.

Lo comentamos al día siguiente, todavía electrizados y atónitos, sentados en una terraza frente a la catedral, degustando un maigret de canard regado con vino bordelés. Olvidando que hace un año casi enterramos prematuramente (Ruta286) a este esquivo creador de setenta años, frágil pero entero cuando le saludamos a pie de backstage, todavía vigoroso cuando recibe la ovación inicial y le cuelgan la primera de muchas guitarras. Ojalá la próxima gira les traiga por aquí.

 

Ignacio Julià

 

+info

«Waiting for the Man» live 2012:

http://www.youtube.com/watch?v=tzbUq-jNj0s

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