No parecía tener las cosas muy claras Gene Clark a principios de los 70. Lejos ya The Byrds, recién despachada la aventura de Dillard & Clark, no aparentaba encajar exactamente con el nuevo molde de cantautor que podía servirle de guía. Demasiado retraído y reflexivo, poco amante de los focos, el boom del sensible y confesional cantante californiano siempre le quedó lejos. Empieza el primer año de la década con lo que parece un intento de volver a sus orígenes, echando mano de Jim Dickson, el “inventor” de The Byrds, para grabar un single que lo ponga de nuevo en el mapa como solista.
Dickson accede y logra juntar virtualmente a los Byrds originales. Aunque no llegaron a coincidir todos a la vez en el estudio, las dos canciones que abren este Roadmaster suenan inconfundibles: el tintineo celestial de la Rickenbacker de McGuinn y las evocativas melodías de Clark, apoyadas en las clásicas armonías del grupo, nunca volverían a sonar mejor, ni siquiera años más tarde en su reunión oficial. El single nunca vio la luz, y Gene se enganchó a unos Flying Burrito Brothers que intentaban escapar de la sombra del recién huido Gram Parsons. Con ellos graba una estupenda «Here Tonight», que incomprensiblemente no entra en el tercer disco de los Burritos. Afortunadamente, en 1971 se decide a grabar el ascético White Light, una de sus cumbres artísticas, pero ignorado por los que en aquella época compraban por millones los discos de Carole King o James Taylor. Su siguiente paso al año siguiente es rodearse de un grupazo (Clarence White, Byron Berline, “Sneaky” Pete Kleinow, Spooner Oldham) y empezar a grabar un disco que, adivinen, nunca llegó a completarse. Esas sesiones, junto a las tres canciones antes citadas, son las que se editaron en Europa un par de años después como Roadmaster y, a pesar de su carácter de cajón de sastre, terminaron por conformar uno de sus mejores trabajos, quizá no a la altura del apoteósico y excesivo No Other, pero sí a la par de cualquier otro. Country rock introspectivo y melancólico cantado por una voz de serenidad casi zen, la cara oculta de un estilo que tantas veces cayó en la inanidad. Un estilo que Gene Clark contribuyó a crear y en el que escribió algunas de sus páginas más hermosas, pero en el que nunca encontró su sitio. Tal vez porque en su sitio sólo cabía él.
CARLOS REGO