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Reseñas Neil Young (Parte 4)

MES NEIL YOUNG

Tras cuatro años sin pisar un estudio de grabación, en esta parte refrescamos la zigzagueante etapa de Neil desde el año 2000. Alternancias de discos que ganan con el tiempo (Silver Gold, Prairie Wind, Fork In The Road), con joyas (Living With War: Raw, Chrome Dreams II) y curiosos experimentos (Le Noise). Salvo unos pinchazos, en líneas generales es una etapa caracterizada por un nivel medio alto, fuerza expresiva, persistencia en el empeño y grandes canciones. Sí, porque «Ordinary «People» o «Razor Love» tienen la capacidad de sintetizar al mejor Young de los 70 y engordar la lista de imperecederas. Lo cuentan: Ignacio Julià, José Alberto Valverde, Esteban Hernández, Xavier Valiño, Manuel Beteta y Alfred Crespo

SILVER & GOLD

 

(Publicado en Ruta 66, nº 162, junio-2000)

Marear la perdiz ha sido siempre una de las constantes estilísticas de alguien capaz de publicar un disco anual para vendernos lo mismo de siempre desde una perspectiva supuestamente distinta. Cuando te paras a echar cuentas, resulta que no entrega una grabación inexpugnable desde 1994 y Sleeps With Angels: en 1995 llegó la colaboración con Pearl Jam, en 1996 la b.s.o. de Dead Man y un disco de segunda fila con Crazy Horse que titularon Broken Arrow, y en 1997 un mediocre doble en vivo. Quizá por ello se ha recibido con júbilo esta colección acústica hecha a base de nuevas composiciones y algunas viejas canciones extraviadas. Frente a los títulos citados, Silver And Gold suena elaborado y gustoso, el reposado fruto de los tres años que duró su gestación, pero tampoco llega a adquirir la consistencia de un clásico. Haz la prueba del algodón y escúchalo tras After The Goldrush, el disco de 1970 al que Young lo compara… no hay color. Sólo la larga «Razor Love» rasura los sentidos, el resto se deja escuchar con placidez, el trabajo de un maestro a la hora de expresar las contradictorias emociones del amor desde arreglos de fibroso intimismo. No es un disco excepcional, pero sí el más sincero desde hace muchas lunas. IGNACIO JULIÀ

ROAD ROCK VOL. 1

(Publicado en Ruta 66, nº 169, febrero-2001)

Gran Jefe Young parece especializarse últimamente en la clase de discos que cuesta menos grabar que reseñar. ¿Qué va uno a escribir del enésimo álbum en vivo de Neil Young? Algo sobre la siempre reciclada ética de los 60, el todo vale en la era de Acuario, la autodocumentación continua del proceso creativo. O sobre la urgencia de liquidez bancaria, vaya usted a saber. Hay un trecho entre Time Fades Away, aquel primer «live» de 1973 con temas entonces inéditos, y este que ha subtitulado «Friends & Relatives», por la banda de sargentos chusqueros (Jim Keltner, Duck Dunn, Ben Keith, Spooner Oldham) y familiares (su esposa Pegi y su hermana Astrid a los coros) que le secundan. Como hay una distancia entre este inesperado repaso a material oscuro de los 70 —¿qué son sino las deliciosas «Walk On By» o «Motorcycle Mama»?— y los totémicos dobles en vivo Live Rust (1979) y Weld (1991). Claro que allí estaban los burros de Crazy Horse y aquí se amplía la paleta, sin faltarle a la arrugada sobriedad del prota, con interpretaciones carnosas —y laaargas pese a ser un solo CD— de «Cowgirl In The Sand», dieciocho minutos, o la lírica mini-sinfonía «Words». «Tonight’s The Night» suena familiar en comparación, claro. Chrissie Hynde de invitada, y el corte inédito «Fool For Your Love», se olvidan al enmudecer el láser. Competente y, en algunos pasajes, épico. IGNACIO JULIÀ

ARE YOU PASSIONATE?

(Publicado en Ruta 66, nº 183, mayo-2002)

El Monte Rushmore del rock clásico parece estar replegándose de las varias fronteras que lleva décadas defendiendo en su guerra unipersonal contra ese óxido que todo lo corroe. Como al parecer ya no queda mucho que extraer de Crazy Horse —en estudio, en vivo siempre serán «su banda»—, ni de su vertiente más acústica e intimista —así lo evidenciaba el mediano Silver & Gold—, y tampoco es plan disfrazarse a estas alturas como hizo durante los 80, Young ha optado por lo seguro en esta colección de amorosos temas de pelaje ligeramente soul «You’re My Girl» y «Be With You» mirando de reojo a Stax/Motown pero inconfundible raigambre propia. Respaldado por Booker T. Jones a los teclados, Duck Dunn al bajo y Steve Potts a la batería —¡caramba, el Memphis Group! —, más su compadre Poncho Sampedro a la guitarra, Young se deja llevar por meditaciones sentimentales y acierta unas pocas dianas. El caso de dos aspirantes a clásicas como la reptante, contagiosa «Mr. Disappointment», o la fina balada «When I Hold You In My Arms». Las meteduras de pata —la peor, «Let’s Roll», simplista recuento de lo supuestamente ocurrido en aquel cuarto avión que se desplomó sobre Pennsylvania el día más negro en la historia estadounidense— las compensan guiños a Harvest como «Two Old Friends» o la cachazuda «Goin’ Home», perpetrada junto a Crazy Horse. El viejo oso pierde fuelle: normal es su álbum número 38. IGNACIO JULIÀ

PRAIRIE WIND

(Publicado en Ruta 66, nº 221, noviembre-2005)

Siempre borbotea la expectación cuando un viejo conocido rubrica material nuevo. Por supuesto, es el caso de Neil Young, que tras una dilatada carrera recorrida en buena medida por autopistas excelsas —contados desvíos hacia ninguna parte— sigue haciendo lo que le viene en gana y siempre es un interrogante cuál será su próximo destino. Dejando atrás la novela musical, obra conceptual o lo que fuera Greendale, Young ha tirado del hilo para concluir el tríptico que comenzó con Harvest en 1972 y tuvo su continuación en Harvest Moon veinte años después. El protagonista, por lo tanto, es el country —regreso a Nashville— servido en estado puro o mezclado con otros estilos tales como el soul de Memphis o el blues vía armónica. Según el propio Young, de su amplio catálogo de registros, el country es el que más le ha comunicado con la gente, así que sabiéndose escuchado medita en voz alta sobre los temas que más le preocupan en este momento: el paso del tiempo, los cambios que se producen llegados a una determinada edad, el hogar, la familia, la religión, su infancia transcurrida en las llanuras canadienses. El álbum es rico en raíces americanas, acústica ágil en diversos tempos y matices de corte clásico bien ensamblados. Le acompañan las caras conocidas de Ben Keith (steel y slide), Spooner Oldham (teclista en Muscle Shoals) y Emmylou Harris asomándose discreta. Salpicado de granjas, pájaros, una guitarra que dicen perteneció a Hank Williams, Elvis el Rey y muchos recuerdos, Prairie Wind mira de reojo a Harvest, no llega a su altura, pero sí encaja con esa sensación que nos avisa de un hecho notable, aunque no extraordinario. En el último corte titulado «When God Made Me» Neil Young se pregunta si ha sido dotado con el don de la voz, y yo creo que sí, su capacidad para crear puede ser enorme cuando la inspiración está de su parte. Más que grato regreso. JOSÉ ALBERTO VALVERDE

LIVING WITH WAR

(Publicado en Ruta 66, nº 228, junio-2006)

Es inevitable abordar un par de cosas a la hora de referirse al nuevo álbum del viejo Neil. La primera tiene que ver con las explícitas letras, construidas con el objetivo último de echar a Bush de la Casa Blanca. El álbum tiene su finalidad tan situada entre las cejas que resulta imposible soslayar ese propósito, intentando reseñar simplemente lo musical. Lo que debe producir al bueno de Neil un par de dolores de cabeza. De un lado, tiene que ser muy latoso defenderte continuamente de acusaciones tan peregrinas como la de haber compuesto este álbum con finalidad comercial. Claro que deberá acostumbrarse a partir de ahora a imputaciones mucho peores, dada la actitud habitual de las televisiones conservadoras (que son casi todas). Además, desde el otro espectro también se desdeñará el disco, ya que los objetivos no parecen a la altura; como si —parecen argumentar— echar a Bush solucionara algo, como si quien le sustituyese no fuera a actuar de un modo similar. Por suerte, y este es el segundo punto, el amigo Neil ha desoído tanto a unos como a otros, ha dicho lo que le ha dado la gana y lo ha hecho como en sus mejores tiempos. Vaya por delante que soy de quienes, sin despreciar al Neil acústico, consideran que lo de verdad relevante han sido sus incandescentes alianzas con Crazy Horse; que discos como Live Rust o Weld pertenecen a la historia en mayúsculas del rock. Para quienes coinciden en esta dirección, Living With War es una buena noticia, porque hay guitarras crudas, cabalgadas eléctricas, pasión desbocada. «Restless Consumer», «Shock And Awe» o «Lookin’ For A Leader», son buenos ejemplos de Neil volviendo a pisar los caminos desatados por los que solía pasear en sus buenos tiempos. Puede que en algún tema, caso de la prescindible «Living With War» o de «Let’s Impeach The President» (con esos coros masivos, que refuerzan su intención última pero que disminuyen la canción), la producción de himno-para-ser-coreado termine por estorbar, pero globalmente el disco nos acerca a un tipo cabreado con lo que ve, que repara en ello con acidez punk y que nos lo cuenta a golpe de eléctrica indignación. El álbum tiene su cierre real en «Roger And Out», un bellísimo medio tiempo, que podría pertenecer a la segunda cara de Rust Never Sleeps, donde Neil se pregunta, volviendo la cabeza hacia esa «old hippie highway», por los viejos ideales. Una canción que nos ayuda a formulamos en voz alta algunas preguntas: ¿por qué son los mismos fans los que miran descreídos iniciativas como ésta? ¿Qué es lo que está mal de contar lo que ves? ¿Por qué pasan por ingenuos o por manipuladores quienes simplemente dan cuenta de lo que otros callan? ¿Cuánta carga de cinismo debemos soportar? Desde luego, Bush y su sucesor (Kerry o quien venga) no se diferenciarán demasiado, pero esa no es la cuestión. Keep on rockin’ in the free world! ESTEBAN HERNÁNDEZ

LIVING WITH WAR: RAW

(Publicado en Ruta 66, nº 237, abril-2007)

En el último año Neil Young se muestra especialmente activo, aunque parte de este dinamismo se daba a la recuperación de antiguas grabaciones como Live At The Fillmore East y Live At Massey Hall, conciertos ambos de 1971 que se han editado en el plazo de tres meses, como parte de los Neil Young Archives Performance Series. Estas dos recuperaciones son un aperitivo del largamente anunciado Archive Volume I, que verá la luz a finales de este año y que será una caja muy especial de ocho compactos y dos DVDs con la música del canadiense desde 1963 hasta 1972, con contenidos inéditos y especiales. Además, se acaba de reeditar el último álbum de Neil Young hasta la fecha Living With War: Raw, en el que el canadiense elimina del sonido de su disco de 2006 todos los coros y los escasos arreglos que contenía, centrando el protagonismo en las guitarras, para presentar una versión más cruda y directa, justo como se grabó en el estudio con Neil Young a la guitarra y cantando, Rick Rosas al bajo y Chad Cromwell a la batería. Con la reedición se incorpora un DVD en el que se documenta la grabación de cada una de las diez canciones que contenía el disco original, con videos dirigidos por el propio Young que utilizan material tomado de la Guerra de Irak, manifestaciones en los EE.UU. y la película en la que participa Al Gore, Una Verdad Incómoda. Si los jóvenes no daban el paso de criticar a su gobierno por su intervención en Irak, Neil Young lo ha hecho dos veces. XAVIER VALIÑO

CHROME DREAMS II

(Publicado en Ruta 66, nº 244, diciembre-2007)

Los álbumes unidireccionales han sido el punto fuerte del canadiense, sobre todo en lo estilístico: podía apostar por la energía indomable o por la pausa y el espacio de las guitarras acústicas, pero sus trabajos, mejores o peores, solían caminar en un solo sentido. Chrome Dreams II es todo lo contrario: versátil, ecléctico, un saco en el caben impulsos variados y tendencias divergentes y al que, por esas mismas razones, le falta consistencia. Y posiblemente porque el orden de las canciones estorba una audición equilibrada: una distribución distinta hubiera conseguido que cada canción cobrase vida en el entorno que le era necesario. En realidad, estamos ante un trabajo que hubiera funcionado mejor si se hubiera editado como doble elepé, con un vinilo dedicado a la electricidad y otro al reposo, a la manera de un Rust Never Sleeps multiplicado por dos. El segundo reproche que podría formularse a este notable disco está relacionado con el estado de ánimo del propio Young. Cuantos más años cumple, más vemos en su mirada rodeada de arrugas, una determinación intensa. La enfermedad, siempre presente en su vida, le lanzó un aviso más que serio hace un par de años. Quizá por eso, sus ojos revelan que tiene todavía muchos proyectos por acometer, muchas cosas que decir y hacer y poco tiempo de llevarlas a cabo. Y la urgencia conduce a trabajos poco perfilados, como es el caso: a veces se hace presente la sospecha de que el álbum no es más que un conjunto de temas amalgamados para cobijar a la espléndida «Ordinary People». En todo caso, estamos ante un buen disco de Young, que suena a Young, que sus seguidores agradecerán y que los aficionados al rock tendrán en estima, pero que podría haber encontrado mejor expresión. ESTEBAN HERNÁNDEZ

FORK IN THE ROAD

(Publicado en Ruta 66, nº 259, abril-2009)

Inspirado en su Lincoln Continental del 59, ha roto sus propios esquemas y ha publicado un disco que no se parece a ningún otro. El concepto sobre el que gira el álbum son los coches y la carretera, obligándole a construirlo a base de fuerza y potencia. Las obras conceptuales tienen que estar en concordancia, la temática literaria debe ir en fase con lo musical. Para ello, qué mejor elección que recurrir a la tracción de agresivos riffs para impulsar al oyente hacia un destino imaginario. Así es imposible fallar, Young sabe que en el rock, las guitarras punzantes proporcionan una estructura ágil a la escucha. Aquí, ingrediente básico, colmatan todos los huecos y son el elemento que conecta la música con el asfalto, coches con sueños, kilómetros con recuerdos. Para ello, y otra vez con el respaldo de Rick Rosas y Chad Cromwell, el grupo muta en una avezada y mecánicamente engrasada banda roadhouse de las que se encuentran en esos antros e inyecta fresca coherencia entre lo que tocan y lo que dicen. Quizás se echa en falta el habitual tema extenso que luego se convierte en imperecedero; y lo han tenido a tiro: inexplicablemente varios temas se cortan en pleno éxtasis («Hit The Road» y «Fuel Line»). Por lo demás, temas alegres, cortos, rock sureño cafre, amplis saturados, y hasta un estribillo hip-hop en «Cough Up The Bucks». El receptor lo único que puede hacer es sentarse y escuchar como fluye la música. Los detractores tendrán que esperar a otro. MANUEL BETETA

LE NOISE

(Publicado en Ruta 66, nº 275, octubre-2010 

Aceptado como punto de partida que Young va a su bola, y que tras múltiples experimentos la capacidad de espantar a sus fieles ha disminuido considerablemente, era imposible no sentir —como mínimo— curiosidad por un artefacto perfectamente rodeado de misterio. A saber: disco grabado en solitario, usando el domicilio del productor como estudio y empuñando una guitarra —supuestamente— revolucionaria que Daniel Lanois había diseñado. Que existió química entre ambos es evidente, y lo manifiestan gráficamente con el material ofrecido, Neil parece tan orgulloso del resultado, que no duda en jugar con la fonética para darle las gracias con el título escogido. Cómodo, aporrea su nuevo instrumento, alterna pasajes acústicos con distorsión controlada y añade ruidos, loops y arpegios sin fin, ¿Y el resultado?, ¿a la altura de la expectación creada o simple boutade con la que mantener ese incansable ritmo de publicación discográfica que atormenta a los bolsillos de sus fieles? Dejas que sus notas te rodeen, te sumerges en su universo literario —que sigue basculando entre lo autobiográfico y lo social— y, tras comprobar que el divertimento no siempre se traslada en su integridad al oyente, dudas de la potencialidad de sus nuevas composiciones. ¿Superará alguna de ellas la reválida del tiempo? Dudoso, como mínimo, dada la similitud de alguna de ellas con temas propios anteriores dotados de mayor magnetismo y enjundia. Te descubres escuchándolo una y otra vez, atraído por el efecto hipnótico que sabe crear solo o acompañado, bañándote con las ondas de un disco que promete ejercer de filtro: ahora que es sorprendentemente idolatrado hasta por el gafapasta más bobo, veremos si mantiene la atención de viejos y nuevos fans. ¿Entenderán «Angry World» los primeros? ¿Será capaz de contentar a los listos de turno a base de las desnudas y esquemáticas «Walt With Me», «Sign Of Love» o «Rumblin’»? Lo único indiscutible es que seguirá logrando que el filo de la navaja sea para él una rápida carretera con ilimitadas direcciones. ALFRED CRESPO

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