Encuentros

Jeffrey Lewis 21th Century NYC Talking Blues

 Dibujante de cómics algo estrábico y músico no menos perspicaz, se crió en el Lower East Side sin televisor. De sus padres, beatnicks tardíos, aprendió a valorar las rarezas de la vida. La mente de Jeffrey Lewis parece funcionar con la clase de anfetamínica celeridad y astuta presciencia callejera que caracteriza a los habitantes de la capital del mundo. Habla y canta atropellando palabras e ideas, como si no hubiese mañana o se le estuviese escapando el L Train a Williamsburg, Brooklyn, donde reside actualmente. 

 

 

Neoyorquino militante, sus canciones surgen de una tradición local que se inicia a principios de los sesenta con el revival folk, pasa por Fugs y Velvet, el punk cultivado en las aceras del Bowery, la purificación noise de los noventa, y llega hasta el más reciente anti-folk. Lewis conoce de primera mano las raíces que desgarran el asfalto a ambas orillas del East River, y las devuelve al presente con un irrefrenable talento para generar ese necesario optimismo, nunca resignación, que ahuyente la melancolía en días grises. Es autor de una abigarrada obra gráfica y de cinco elepés publicados por Rough Trade. Ah, y lo mejor, no hay atisbo de modernez en lo que hace, sólo desarmante sinceridad y un singular punto de vista.

Hablas tan rápido como Martin Scorsese…

Bueno, casi todo el mundo en Nueva York habla así.

Creciste en el Lower East Side, ¿qué recuerdas del barrio entonces?

Era una zona muy interesante donde vivir, muy barata a finales de los setenta y durante los ochenta, ahora es una de las más caras. Había muchos pisos vacíos, fincas enteras, y eso atrajo a gente rara, creativa, interesante. Era asombroso formar parte de aquello que parecía desconectado de la sociedad, del mundo convencional. Siempre había por allí tipos pintorescos; nuestros vecinos eran una especie de magos hippies. La gente hacía lo que quería sin preocuparse de encajar con el resto. Ahora todo eso ha desaparecido, quienes viven allí deben tener ingresos, una buena profesión, está complicado mantener un estilo de vida inusual. Las ciudades se transforman, cambian de ambiente, es parte de lo que hace interesante vivir en ellas.

Por edad, 32 años, no es muy habitual tu interés por la escena folk local de los sesenta…

Creo que se infravalora la escena folk neoyorquina, en gran parte por Dylan, que ensombreció a los demás. Todos conocemos la obra de Dylan y lo que significó, pero es una lástima que no se recuerde a Tom Paxton, Phil Ochs, Dave Van Ronk, Fred Neil. Me encantan sus discos, pero a la gente de hoy no le interesan, se quedan en Dylan. Es una escena perdida, lo que me parece bien, encuentro esos discos baratos, no son piezas de coleccionismo. Una de las ventajas de crecer en Nueva York es que algunos discos son muy comunes: David Peel, Lou Reed, Talking Heads. Con mi hermano los encontrábamos por tres dólares o menos. Sin quererlo acumulamos mucho de ese material.

¿Cómo ha influido la ciudad en tus canciones?

Viviendo aquí conoces a mucha gente, algunos de ellos los menciono en mis canciones o aparecen en el álbum City & Eastern Songs de 2005. Peter Stampfel, de los Holy Modal Rounders, al que menciono en mi historia del punk, toca el banjo y el violín en algunos temas. Tuli Kupferberg, de The Fugs, hizo un cameo vocal. Tener a Kramer como productor también influyó; produjo en los noventa a gente que me gusta mucho, como Galaxie 500. El propósito de ese álbum, incluso el título, era tratar de documentar esa escena. City & Eastern Songs define las canciones de Nueva York, que son distintas de las canciones country. Me dije que si en el oeste tienen una cultura western, ¿por qué no podíamos nosotros llamarle eastern a la nuestra? Mucha gente aquí afirma que se trata de una tradición, lo que ocurre es que se olvida el pasado. Si lo observas desde una perspectiva más amplia, todo encaja como parte de una tradición local.

Desaparecen los barrios como los conocíamos, pero los discos persisten…

Y la gente también, algunos todavía viven. A Tuli Kupferberg le vi hace unos días en Nueva York, creo que tiene 86 años, sigue siendo un tío muy agudo y divertido, implicándose en política. Peter Stampfel es todo un personaje, todavía escribe grandes canciones. Un tipo muy entusiasta, sigue comprando cómics pese a tener sesenta y tantos.

«Williamsburg Will Oldham Horror», en City & Eastern Songs, acaba con una escena horrible: tú maniatado y sodomizado por el barbudo muso. ¿De qué trata realmente?

Soy el menos indicado para explicar de qué tratan mis canciones. Podría desvirtuar lo que el oyente pueda entender en ellas. Pero, en ese caso, creo que trata de que los verdaderos artistas no cambian aunque logren cierto éxito, pues persiste la angustia por crear algo, el hacerse preguntas sobre la vida, cuestionarse cada nuevo día. Eso no debe cambiar nunca, no importa el éxito que tenga su arte, si es un verdadero creador.

¿Qué fue primero, el dibujo o la música?

Definitivamente el dibujo, lo llevo haciendo toda la vida. Hice mis primeros cómics de niño. Lo de la música vino después, pensé que sería una buena forma de vender mis cómics en las actuaciones. Hacia flyers muy complejos, cómics en miniatura, para anunciarlas. Así que la actuación anunciaba el cómic y no al revés. Era un buena manera de dar a conocer mis dibujos. Gradualmente la música fue convirtiéndose en algo más importante, y actualmente combino ambas cosa.

Tu estilo gráfico queda más cerca de Robert Crumb que de Matt Groening…

También me inspiran muchos dibujantes contemporáneos. En los noventa, Daniel Clowes. Me encanta Chester Brown. Y Joe Sacco. Pero tambiém mucho material antiguo: Fritz the Cat, Little Nemo. Y no solamente cómics americanos, ¡se publica tanto en otros países! Es como la música, supongo, siempre hay cosas por descubrir.

Hiciste tu tesis universitaria acerca del cómic Watchmen y das conferencias sobre el tema. ¿Te gustó la película?

Me gustó. No es una de las mejores películas de la historia; el cómic, en cambio, sí lo es. Watchmen se plantea el cómic de un modo muy distinto a lo hecho antes, del mismo modo que una novela rompedora, sea Ulysses, Moby Dick o El Corazón de las Tinieblas. Esas obras son de largo alcance, vuelves a ellas y encuentras significados ocultos, referencias que no se aprecian la primera vez. Watchmen es el primer cómic planteado como un experimento literario moderno. Hay datos ocultos en las imágenes y en el modo en que estas conectan con las palabras. Cuanto más profundizas, más descubres esas cosas que se imbrican en el desarrollo de la historia, hasta el final.

Desprendes cierta influencia del punk británico de los setenta. Grabaste un álbum de versiones de Crass y has dibujado una descacharrante historia de The Fall.

Crass fue una banda clave de esa época. Lo mismo The Fall, que siguen en activo ofreciendo grandes actuaciones. Compro sus nuevos discos y voy a verles cuando puedo. Para mi siguen siendo una banda moderna. Mark se ha construido su propio medio de comunicación, ya no son simples canciones rock, ha inventado su propio modo de hacerlas. Si te gustan las canciones folk, la suyas son muy parecidas, canciones folk contemporáneas. Me atraen los artistas que inventan su propio modo de hacer las cosas. Suelen tener carreras largas y fructíferas.

Mark E. Smith confirma que a veces el autor de canciones está más cerca del cronista que del poeta. ¿Lo ves así?

Depende del caso. Lou Reed sería también uno de ellos. Sus canciones son reportajes de calle, captan la poesía de la realidad. Eso es a veces más importante que la imaginación. El arte debe reflejar la vida real, sino sirve de bien poco.

Se te podría comparar con Jonathan Richman, por tu juvenil verbosidad, y con Daniel Johnston, que también dibuja.

Me gusta mucho Jonathan Richman, tengo casi todos sus discos. Y por supuesto Daniel Johnston, todavía escucho aquellos primeros cassettes. Son dos de mis compositores favoritos. Pero cuando empecé pensaba más en bandas como Yo La Tengo, Camper Van Beethoven o Violent Femmes. Y The Velvet Underground, por supuesto. Me gusta el sonido de Sonic Youth o Stephen Malkmus & The Jicks, porque tiene ese elemento espontáneo del ruido. De pronto, pisas un pedal y surge algo incontrolable, elemental, libre e imprevisible como el viento. Llevamos en esto ocho años y todavía me fascina la sorpresa del público que ha leído sobre nosotros y espera ver a un grupo folk. Abren los ojos y se encuentran con canciones folk, canciones pop, canciones ilustradas, canciones punk… no saben qué pensar, Lo más importante para mi es contar historias, todas esas cosas sirven para atraer la atención sobre estas.

Sí, canciones ilustradas: vas mostrando dibujos consecutivos que ilustran la letra.

Lo he estado haciendo en mis actuaciones durante años, combinando mis dibujos con las letras de las canciones. Sería maravilloso que otras bandas también lo hicieran. Cualquier combinación entre el cómic independiente y la música independiente creo que tiene muchas posibilidades.

¡Un nuevo método que no depende de la tecnología imperante!

Bueno, creo que es importante que tu arte pueda expresarse sin importar el entorno. Al principio no tenía ni para comprarme un ampli, usaba lo que hubiera en donde actuaba. El instinto de supervivencia te obliga a hacer tus canciones de un modo que puedan llegar al público en cualquier condición, sin instrumentos si es necesario. Cuando actúas con material prestado, siempre falla algo, el pedal de guitarra se jode, pero puedes contar una historia. Ha sido muy importante para nosotros hacer cosas muy simples, que funcionen siempre. Neil Young dijo algo muy cierto: que nada de lo que añadas a una canción la hará una buena canción si no lo es cuando te sientas a tocarla con una acústica. Tiene que ser buena en su forma más sencilla. Puedes añadirle cosas si tienes una banda, pero en la raíz debe haber algo verdaderamente bueno. Así sabes cuando algo tiene calidad.

¿Empezaste tocando en la calle?

Sí, tocamos mucho en la calle, con la guitarra y las monedas; algunas canciones funcionaban y otras no tanto. Tienen que conectar con la gente sin depender de la tecnología. Pero la tecnología también es buena. Internet ha sido fantástico para nosotros, hemos llegado a muchísima gente gracias a YouTube. Si a alguien le gusta nuestro vídeo lo reenvía a sus amigos: no es como MTV, la opinión pública es la que manda, no un director musical decidiendo lo que debe verse. Ha sido bueno para los músicos, les ha abierto muchas puertas.

Moldy Peaches dieron a conocer la escena anti-folk. ¿Estabas tú en esa movida?

Empecé a actuar en 1998. Era una escena pequeña, con abundante talento. Hacia 1999 llegaron Moldy Peaches, que enseguida sobrepasaron el circuito local. Fue la primera banda que conocí que firmaba un contrato, publicaba un disco y salía de gira. Ya no teníamos que limitarnos a tocar siempre en el mismo local para las mismas personas. Pero yo ya estaba allí un par de años antes.

Tu hermano Jack toca el bajo en ‘Em Are I, pero el disco lleva tu nombre y el de la banda, The Junkyard. ¿Ya no está contigo?

Jack y yo crecimos juntos, compartíamos habitación en casa de mis padres. Ahora vive en Portland, Oregon, en el otro extremo de América. De hecho, para el nuevo álbum grabamos muchas canciones con él que luego no entraron. Teníamos para un doble álbum, buscábamos hacer un disco más cohesivo, más compacto, en oposición a los anteriores, simples colecciones de temas. Quizá hagamos un EP con esas canciones. Este es un álbum donde todos han podido aportar sus ideas. Quise que las canciones guardaran relación entre si, que formaran un todo, pues me parecía que de ese modo podía resultar más atractivo. El proceso creativo ha sido distinto, con más producción.

En «If Life Exists?», del nuevo disco, quieres encontrar novia para ser feliz, la encuentras y sigues queriendo ser feliz. Aún con varias novias, sigues pidiendo más felicidad. ¿Es el rock todavía el sonido de la insatisfacción?

Es algo que forma parte de lo humano, no estar nunca satisfechos. Siempre queremos más. Se requiere una mente muy filosófica para que eso no nos preocupe, para sentirnos satisfechos, ser felices con lo que tenemos. El arte es una expresión de los sentimientos y la experiencia humana, y eso nosotros lo tenemos en cuenta. Me divierte que en algunas críticas digan de mis canciones que son muy humorísticas, que soy un comediante, mientras otras hablan de lo tristes y oscuras que son, pues tratan de la soledad o de la preocupación por la muerte. La vida contiene todos esos elementos y, cualquier cosa que ignore eso, cualquier arte que sólo ofrezca horror y pesadumbre, no es una expresión honesta del mundo, pues hay en él mucha alegría, sorpresas, sonrisas. Del mismo modo, cualquiera que diga que todo es diversión ignora muchos otros aspectos de la vida. No sé, me gusta ser inclusivo, y lo soy; mezclo música y cómics, folk y punk, lo divertido y lo triste. Nunca planeo lo que voy a hacer, lo echo todo al aire con la esperanza de que aparezca algo valioso al final.

IGNACIO JULIÀ

Publicado en Ruta 261, junio 2009. 

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