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J.D.McPherson, viajando en una averiada máquina del tiempo

Corría el 2007 cuando el nombre de una banda de Tulsa, Oklahoma, empezaba a circular de boca en boca entre los amantes de los sonidos más seminales del rock and roll. Se hacían llamar The Starkweather Boys y su primer disco, St. Archer Blues era una auténtica muestra de cómo un estilo que tuvo su máximo esplendor entre los 40 y los 60 podía sonar tremendamente actual. Aunque, precisamente, lo que hacía diferente a la banda era la dificultad de los críticos para definir ese estilo. Y quizá el motivo no fuera más que la variedad de sonidos que hasta entonces habían practicado sus componentes. Jump Blues, Rockabilly, R&B primigenio, Western Swing, Smokehouse Blues, Hillbilly o Honky Tonk eran solo algunas de las etiquetas que les habían colocado en sus proyectos anteriores. 

Y en The Starkweather Boys cuatro chavales ataviados con tupés y patillas era capaces de mezclarlo todo para conseguir una marca de la casa propia y totalmente innovadora que respetaba, eso sí, las señas de identidad de cualquiera de sus géneros favoritos. Las críticas fueron excelentes. Parecía que se iban a comer el mundo. Pero, como tantas otras veces, no pasó nada. Las ventas no acompañaron y St. Archer Blues pasó a engrosar las estanterías de saldos de las tiendas de discos. Probablemente en una de esas pilas se encontró el disco Jimmy Sutton. O quizá no, porque el integrante de los reconocidos The Four Charms era un especialista de cualquier cosa que sonara cercano a los 50. De hecho sabemos que no fue así aunque no negaremos que hubiera sido bonito. Sutton conoció a la banda, curiosamente, gracias a las nuevas tecnologías. Un paseo por su Myspace acabó con Jimmy invitando a los chicos a tocar en unos cuantos garitos de los alrededores de su hogar, en Chicago. Cuando los vio en directo supo que allí había algo. Algo grande. Y por eso no dudó en invitar a su cantante J.D. McPherson a grabar unas cuantas maquetas en el estudio que había acabado de construir en su propia casa. Así es como los dos elementos claves de Signs & Signifiers se encuentran en un estudio. Por un lado un productor y contrabajista experimentado y de prestigio. Por otro, un cantante que no duda en afirmar que uno de sus discos favoritos es Raisin Hell de Run D.M.C, “los Bill Haley del hip hop”, en sus propias palabras y que combinaba en sus primeras bandas versiones de Buddy Holly con The Stooges, Ramones y Nirvana. El resultado, una bomba de relojería.

McPherson enseña a Sutton el material en el que lleva trabajando desde hace tiempo en su Oklahoma natal y juntos, en Chicago, acaban de dar forma a Signs & Signifiers. Por eso, cuando se meten en el estudio están dispuestos a grabar un disco a dúo, con Alex Hall a los controles, pero rápidamente se dan cuenta de que el sonido de un trío clásico de rock and roll sería más adecuado. La búsqueda de un batería es innecesaria. Hall puede hacerlo y el disco empieza a coger forma. J.D. le pide a Jimmy sonar como los padres del invento y éste le promete intentarlo aunque persiguiendo unas gotas de originalidad. Y lo consigue. Porque Signs & Signifiers suena clásico y actual a la vez. McPherson está espléndido y cómodo. Comodísimo. Su primer single «North Side Gal» es un pelotazo. Un tema atemporal. Fantástico. Lleno de energía. Como si una máquina del tiempo nos hubiera permitido llevarnos 60 años atrás los métodos de grabación actuales para combinarlos con los aparatos de aquella época. Contemporáneo y retro. Lleno de colaboraciones puntuales y escogidas con mimo. Scott Ligon (NRBQ) bordando los pianos. Jonathan Doyle (Nick Curran & The Lowlifes) y Josh Bell (The Del Moroccos) aportando los vientos necesarios. Y Susan Voelz (Alejandro Escovedo) y Allison Chesley (Helen Money) haciendo imprescindibles las cuerdas. Todo en su sitio. «Country Boy», versión de Tiny Kennedy, arrancando cual «Hound Dog» de Big Mama Thorton, vía Elvis, para acabarse convirtiendo en una especie de «Fever» de Little Willie John. «Signs & Signifiers» debiéndole mucho a Bo Didley, «Dimes for Nickles» a Chuck Berry y «Scandalous», como no, a Little Richard. De miedo, vamos… ¡Y encima ya amenazan con el siguiente! Bendita advertencia.

 

Eduardo Izquierdo

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