Françoise Hardy apareció de repente, como una tormenta de verano, a finales de 1962 y se convirtió en la cara visible de aquel mito de los 60, la dulce francesita, que encandiló a toda una generación que todavía miraba con curiosidad y fascinación más allá de los Pirineos. Aparece ahora traducida su autobiografía, un texto que, a diferencia de otros similares, está escrito evidentemente de primerísima mano dejando traslucir perfectamente la personalidad insegura y excesivamente autocrítica de su autora. La creadora de “Tous les garçons et les filles” no se deja nada en el tintero, y habla sin tapujos de las tormentosas relaciones con su madre y su hermana, de la incertidumbre respecto a su padre y, sobre todo, de la muy particular que mantenía con su pareja de tantos años, Jacques Dutronc. Por supuesto también nos muestra los entresijos del show business con el que ha convivido, en ocasiones parece que muy a su pesar, así como del proceso creativo de sus discos, las grabaciones o las colaboraciones con otros artistas. Todo ello con un tono extrañamente desapasionado, casi frío, como si la fama la hubiera pillado por sorpresa y sin alterarse demasiado ni siquiera cuando detalla los momentos más complicados de su vida. Solo deja entrever algo de emoción en algunos pasajes respecto a su difícil relación con Dutronc, o cuando habla de sus grandes aficiones fuera de la música: la astrología o la grafología. Un texto raro, atrayente e hipnótico, que es el complemento ideal para la gran biografía de Gainsbourg que, hace aproximadamente un año, publicó la misma editorial.
FIDEL OLTRA
