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Rock around the USA, o cómo Sergio Martos se fue a las américas

 

 

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Para cuando acabe el presente 2015, Alice Cooper llevará ya casi dos años abriendo la gira de despedida de Mötley Crüe. No es lo que se dice un movimiento motivador para sus fans. Pero puedo entender lo que hay detrás de ello: un montón de pasta, conciertos de poco desgaste (apenas 50 minutos), y la oportunidad de tocar enfrente de miles de personas noche tras noche. Si a eso le sumas que en cada crónica se puede leer que un tipo de 67 años barre del escenario a una banda que publicó su primer disco en 1981, pues todo en sí forma un pack más que interesante para la dirección interna del artista.

Otra cosa es lo que aporta esto a los acérrimos, salvo comprobar que sí, que sigue gozando de muy buena salud sobre las tablas. Lo de los Crüe es otro cantar (al menos por lo visto en el Royal Farms Arena de Baltimore); nunca tuvieron un gran directo, musicalmente hablando, pero es que han llegado a cotas en las que de seguir adelante como banda se les debería exigir un mínimo de calidad. Eso sí, el espectáculo no repara en gastos. Olvídense de Kiss, esto es lo más parecido a estar en un parque de atracciones.

Valga la redundancia, había hasta una montaña rusa con recorrido por todo el pabellón para que Tommy Lee pudiese pasear su batería y colgarse bocabajo mientras seguía aporreando su batería. El remate final, aparecen los cuatro por el pabellón, codeándose entre los absortos fans, suben a un escenario hidráulico situado en la mesa de mezclas, y de nuevo vuelven a remontar por los aires (junto a unas quince personas que debieron pagar un pastón por estar ahí) para atacar con «Home Sweet Home».

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Hasta el Pnc Bank Arts Center de Homdel (New Jersey) se presentó otro doble cartel de fabula, en este caso carente de teatralidad y fuegos artificiales, el formado por Gregg Allman y Doobie Brothers. Al hermano Allman se le vio más sobrio y entero que en su paso por el Azkena, sonriente incluso, y sorprendentemente, comunicativo con el público. La banda se acercó más al formato sureño de texturas soul y menos al nuevo sonido desperdigado procedente de los bares de New Orleans (no me refiero al tradicional dixieland). «Ain’t Wastin’ Time No More» fue mi momento favorito, y «Southbound» puso de manifiesto que Gregg está dispuesto a colaborar de nuevo con Dickey Betts. ¡Peligro!. El directo de los Doobie lleva años cosechando alabanzas. Lógico, se mantienen en una forma endiabladamente espléndida, y tienen una colección de éxitos que por sí sola abarcaría una hora diaria en la classic rock station. Aunque como suele ser habitual, el público ignora todo lo que fue publicado a partir de 1980. Dura carga la que soportan estas bandas que atraen a público medio.

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Por suerte para J. Geils Band (que actuaron en el Paramount de Huntington) esto no sucede, pues su directo se sustentó siempre por ser una única unidad y no una colección de éxitos, pese a «Centerfold» y «Love Stinks». Lo que uno espera de ellos es que puedan ofrecer un show digno de r&b y r&r, pero de ahí a lo que ves va un abismo, pues el r&b suena perfectamente engrasado y el r&r es cavernoso, sudoroso y peligroso. Es mucho más que presenciar una velada nostálgica, es una lección de lo que debiera ser un show en vivo, tanto para coetáneos como para cualquier músico joven que se atreva a subir a un escenario. La banda, que cuenta con cuatro de sus miembros básicos, funcionaría por sí sola con ese extraordinario sonido que crean, pero es Peter Wolf el que hace que esta ceremonia sea algo más que una simple colección de canciones y gimmicks.

Rara vez he visto un showman de este talante (solo comparado actualmente al tipo que ejerce de maestro de ceremonias en la banda que viene en el siguiente bloque), supongo que ayuda mantener el peso y el equilibrio de antaño. Wolf hace que estemos pendiente de su performance en todo momento, contorsionándose, bailando de un lado a otro, dirigiendo a la banda, haciendo que el público, desde el primer al último espectador, forme parte de la ceremonia. Y si la banda sonora se forma de «Wait», «Sanctuary», «Start All Over Again» o las clásicas revisiones de «Night Time» o «Where Did Our Love Go», la victoria es holgada y por autentica goleada.

Ian Hunter fue en este caso, el invitado especial de honor. Digno, elegante y, a estas alturas, todavía creyendo en su presente, pues su set estuvo plagado de canciones que aparecen en sus últimas obras. Reconforta volver a encontrarte con Ian, pero con un set de tan solo 55 minutos, uno tiene la sensación de quedarse a medias. Supongo que es esa una buena señal.

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Van Halen, por fin, en vivo y en directo. Este tema me venía atormentando desde que en 2007 David Lee Roth decidiese volver a la banda. Eso o cuando finalmente se limaron las asperezas entre él y los hermanos Van Halen. Da igual el móvil. La cuestión, esta larga gira norteamericana me daba una nueva oportunidad, y la aproveché en dos ocasiones (Susquehanna Bank Center en Camden, New Jersey, y Jiffy Lube Live en Bristow, Virginia). Tuve la ocasión, además, de presenciar gemas menos conocidas de su discografía; para el caso, «Light Up The Sky», «Drop Dead Legs», «In A Simple Rhyme» y «Dirty Movies».

Canciones lo suficientemente atractivas para que los fans estuviesen como una moto al inicio de la gira y durante la misma. En ambos conciertos el repertorio es idéntico (los temas mencionados junto a las canciones que les hicieron famosos y algunas de segunda categoría, y no hablamos de calidad, como «Little Guitars» o las dos de A Different Kind Of Truth), pero estando Roth de por medio, es más que probable que cada una de las docenas de fechas sean diferentes.

Sus comentarios proceden del ingenio y no de una tabla simétrica, su forma de cantar varía dependiendo el estado de ánimo (innegociablemente mal en Camden, sublime en Bristow), y lo mismo con sus movimientos. Solo Roth puede parar dos veces el show en una misma noche (problemas con los monitores y reprimenda a no se sabe quien, por el lanzamiento de una cerveza) sin quedar como un piara enfrente de quince mil personas. Este tipo hubiese triunfado en cualquier ámbito de la vida mundana, pero se dedicó a la música y eso hace que Van Halen, al margen de las habilidades puramente musicales, sea una banda única. Sin él VH sería una banda grande, pero una más entre varias.

Con él son ‘únicos’, algo incomparable, sin precedentes ni sucesores. Carisma, gracia, ingenio, inteligencia… Cualquier adjetivo se queda corto, pues es en sí todo un conglomerado de cosas que van más allá de lo que debe ser un puro y simple frontman/ cantante. Por destacar un solo momento, la charla que acompaña la introducción de «Ice Crean Man» mientras sopla de tanto en tanto la armónica y arpegia algunos acordes con la guitarra acústica.

En Camden habló sobre la imposibilidad de traducir el dialecto de New Jersey a un intérprete japonés (Dave ha vivido en Japón recientemente), y en Bristow relataba la importancia sobre el deporte en la escuela primaria y el posterior desarrollo que ejerce en cada individuo. Todo ello, intercalado con anécdotas de los primeros días de la banda y buscando empatía en Alex Van Halen («Al, can you hear me out there?»), mientras éste, detrás de su enorme kit de batería y refugiándose en unas gafas de sol, asentía con la cabeza y media sonrisa.

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En cuanto al show en general, no diré que no se echa en falta a Michael Anthony, pues hay un enorme vació en ese lado izquierdo del escenario. Wolfgang toca realmente bien el bajo y no hace mala labor con las armonías vocales, pero no se trata solo de la destreza instrumental, es algo más lo que hay que tener y Michael lo tenía. Como dijo haces unos meses DLR: «Sigo sin entender porqué debe haber tantos problemas para que Michael vuelva a la banda». Restémosle importancia, bastante debe cargar el chaval con que cada noche, al final de cada show, haya un puñado de die hard fans gritando «Michael must back!». Restémosle, porque a fin de cuentas el show lo pone Roth y los tres Van Halen suenan como una apisonadora.

Aunque era de sobras consciente, no ha sido hasta verles en vivo que he entendido el concepto bautizado por Roth a finales de los setenta: «Big Rock». Solo una imagen, el inicio del show. Sin cintas pregrabadas, ni introducción que nos prepare para lo que llega. Salen directamente al escenario y da inicio el recital. «Big Rock» es lo que sale por el PA, me refiero al sonido de los amplificadores, los power chords y los arreglos de Eddie, la destartalada forma de tocar la batería de Alex, los alaridos de Dave, el ritmo trotón de las canciones, como un tren a toda mecha a punto de descarriar pero que sabes que llegará a la estación. Ese sonido, durante las dos horas de show, es un viaje alucinante, algo digno de ser vivido. Estás ahí y eres consciente de que no deseas estar en ninguna otra parte del mundo.

¿Otra razón que justifique ese «Big Rock»? Ni un artificio, las luces son las justas, y no hay nada en el escenario que pueda entretenerte más que los que ejecutan la música y las canciones en sí. Debe ser algo que agarraron de Led Zeppelin: la música habla por sí sola y así debe ser vendida. Claro, no podía finalizar esta crónica sin parar en Eddie. No solo no ha perdido un ápice de agilidad, sino que se le ve disfrutar de lo que hace y ese entusiasmo lo sigue transmitiendo a sus fans.

Se puede entender porqué este tipo inspiró a miles y miles de chavales a coger una guitarra; lo ves sonriendo, haciendo algo que parece fácil, y uno decide probar con ese instrumento que a priori, tanta felicidad y auto estima crea. Una vez lo pruebas ves que esa sonrisa implica detrás un talante fuera de lo normal. Magic Johnson también hacía parecer que jugar al basket era algo mundano, para cualquiera. Solo un momento: su solo de guitarra. Ves todos esos recursos y trucos sin nada más en el escenario que el arquitecto que los creó y te imaginas a cualquier otro icono nombrado en los libros de historia creando su Capilla Sixtina o El Guernica. Poco debe importar que lo que hace Eddie sea de tu gusto o no, si no eres capaz de entender esto es que no sabes de qué trata el rock & roll. Punto.

Finalizando, da la sensación de que la banda se siente cómoda así, girando cada dos años cerca de casa, sin más pretensión. ¿Gira europea? No ha sucedido desde que Roth ha vuelto a Van Halen, me pregunto por qué iba suceder en 2016. Eddie debe tener fobia a los aviones, algo así se ha filtrado entre los fans. Tampoco es cuestión de dinero cuando en América cobran 150 pavos por una entrada que te permite mirar a las pantallas para apreciar la mímica de Dave y las manos de Ed. No lo necesitan. Quizás un nuevo álbum de estudio sería aliciente suficiente para verles embarcados en una gira mundial. Ya saben, la necesidad de sentirse relevantes. Pero eso no parece que vaya a suceder en un corto plazo. Sea como sea, esto es Van Halen en pleno 2015 y es más de lo que muchos hubiesen soñado hace tan solo diez años.

TEXTO Y FOTO ALICE COOPER: SERGIO MARTOS

 

 

 

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