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The Lumineers, La Riviera, Madrid

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Hierba fresca en la La Riviera. No, no me refiero a ese tipo de hierba. No quiero hacer ningún juego de palabras con la legalización de la marihuana en su estado natal. Lo que quiero decir es que el trío (en gira quinteto) de Denver suenan a verde llanura, a tienda de campaña y a hoguera, a tabaco de liar, a venado a la brasa. The Lumineers se presentaron en una abarrotada Riviera, atestada de guiris y parejitas enamoradas, y dejaron las cosas claras y lo que ofrecen desde el primer momento. Son una banda que hace bluegrass gritón, respetando las raíces y la esencia del estilo popularizado por Bill Monroe. Da gusto ver cómo se van pasando los instrumentos de uno a otro, cómo el batería es capaz de tocar el piano, mientras su compañero marca el ritmo con un bombo (y se sube encima descalzo y en bermudas). Es extraño (en el buen sentido) que un chelo se toque con rigor más allá del Auditorio Nacional.

El hecho de que estos señores hayan logrado que a sus conciertos acuda tanto el pijerío mayor del reino como puretas del gremio ha de hacernos reflexionar. Ver a esta gente bailar al ritmo de la mandolina y el acordeón como si estuvieran en una feria del ganado de Kentucky hace que tengamos que seguir creyendo en la música popular como punto de encuentro. De hecho, no comprendo por qué muchas veces desde el stablishment del sector se menosprecia a grupos que, como los de Colorado, han entrado por la puerta grande con sonidos tan poco masivos en nuestro país como el country o el bluegrass. En mi opinión, deberíamos estarles enteramente agradecidos por el hecho de hacer llegar al gran público los sonidos mágicos que nos hipnotizaron a unos pocos hace tiempo, desde que escuchamos el primer acorde de un banjo o el rebufo de una armónica.

Empezaron con algo de retraso interpretando los temas por los que se han hecho ultraconocidos. Se dejaron su célebre Ho Hey en los primeros quince minutos para continuar con el resto de las canciones de su primer álbum. Nos descubrieron temas nuevos en donde se aprecia una evolución más rockera. Sonaron especialmente bien Stubborn Love y Submarines. Wesley Schultz dirigía la banda con precisión suiza y su compinche multiintrumentista de tirantes y cara de loco a lo Woody Guthrie se movía por el escenario tocando todo lo tocable. Solo le faltó sacar un xilofón. En un momento dado, Schultz pidío permiso al público para que dejasen pasar a los tres miembros fundadores a tocar un par de temas entre la gente. El primero de ellos a capella, lo que últimamente ha ocurrido en más de un recital y me parece una iniciativa estupenda para que los artistas se exhiban, aunque el factor sorpresa se ha esfumado. Casi al final, se quedaron en silencio un par de minutos, quietos como estatuas de piedra, y luego volvieron a la carga para concluir la fiesta del verano a orilla del Manzanares. Salud.

Texto: Pepe Maza

Fotos: Miguel Carlos Fernández

 

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